martes, 8 de abril de 2008

LA ROSA BLANCA

“España, lugar al que cualquiera de nosotros quisiera conocer e ir para encontrarse en un mundo diferente, lleno de historia y majestad, cualquiera, menos yo....”
Era un día soleado, acababa de descubrir que el amor que pensé que tenía para mí, ya no lo era, estaba frustrado, triste y sobretodo solo. Caminar en esas circunstancias solo te puede conducir a dos caminos: al de la vida o al de la muerte, y yo más que todo me aferré a la primera opción, siempre he pensado que en este mundo todo rebota. Iba a poca velocidad por una calle poco concurrida, cuando de pronto se me atraviesa cual espejismo, un hombre.
Menudo susto el que tuve que pasar al frenar en seco, pero maniobré con tal destreza que solo atine a suspirar y secarme el sudor frío que me había brotado en la frente. Él, menudo, me miró aún más asustado que yo. Traía una mochila en la espalda y una guía turística en las manos.
Aunque solo fue un pequeño instante el que lo vi, su imagen frágil quedó en mi mente y esa noche llegué a mi casa más tarde que de costumbre, manejé todo el resto del camino lo más lento que pude. Cuando ya me hube acostado, el sueño tardó en llegar muchas horas después, felizmente al día siguiente no tenía que ir a trabajar.
Ese sábado no fue el mejor comienzo de un fin de semana, pasé el día aun melancólico por no tener a mi lado a Héctor, sin embargo, una llamada para una reunión de amigos me levantó el ánimo y esa noche me dispuse. Al llegar al lugar indicado, un bar en medio de la bulliciosa Miraflores, los encontré a todos brindando, me hice al grupo rápidamente, cuando estaba alzando la copa para brindar, una mirada atravesó el amarillo líquido de mi brindis, sus ojos, esos que ya había visto por un instante estaban en mí. Bajé mi copa y me encontré con aquella silueta formada ya con la oscuridad del lugar. Me había reconocido al igual que yo a él, solo existían unas mesas de por medio.
Cuando pude me puse de pie y me acerqué a él, obviamente no estaba solo, un amigo lo acompañaba, casi sin dudarlo lo saludé ya de cerca, me miró fijamente, respondió mi saludo con un apretón de manos, y por fin pude escuchar su voz, se llamaba Ariel y era argentino.
Realmente no me di cuenta cuando se fueron mis amigos del bar, y es que en compañía de Ariel me sentí muy cómodo, él estaba tan solo por tres meses en casa de su amigo peruano que vivía muy cerca de la mía, eso me di cuenta cuando me ofrecí a devolverlos a casa. La anécdota que nos llevó al encuentro fue el detonante para iniciar una muy bella amistad que fue fortaleciéndose a medida que el tiempo transcurría. Ariel tenía la sensibilidad que yo necesitaba en aquel momento de mi vida, me dijo lo que yo necesitaba escuchar y me regaló el tiempo y el cariño que ansiaba desde un tiempo atrás. Y no es que me esté quejando de Héctor, pero esa relación ya se veía caer pero yo no quería darme cuenta de ello. Ariel, comprendió perfectamente esa situación porque, como me contó él, estaba escapando de un pasado semejante que había dejado en su Córdoba natal. Entre tanto conversar de nuestras vidas comunes, nuestros amores pasados, sin darnos cuenta nos fuimos inmiscuyendo poco a poco hasta descubrir que ya lo nuestro no era una simple amistad, sino que habíamos vencido esa barrera. Lo amaba con todas mis fuerzas y sabía que él también sentía lo mismo.
Había pasado el 14 de febrero, fecha mundialmente conocida por ser el día más romántico del año, cuando me animé a decirle acerca de lo que estaba sintiendo, que tenía miedo de sentirme así, pero que creía que era maravilloso. No necesité decir más para recibir la respuesta ya sabida, un 15 de febrero empezaba una de las relaciones más pasionales que pude haber vivido. De hecho que los días subsiguientes fueron increíbles, habíamos logrado la química perfecta, yo me sentía muy bien a su lado, había muchos momentos de cariño y mucho amor, en retribución yo también lograba compensar al pasado que desde que nos conocimos había dejado de existir. En poco tiempo rehíce mi existencia, y eso lo logré gracias a Ariel, mi otro amor había quedado atrás, y yo creí en ese entonces haber encontrado al amor de mi vida.
De pronto el momento decisivo para ambos se hizo presente, Ariel continuando con su periplo de estudios tenía como destino España, específicamente Barcelona, y allí tenía que irse en pocos días, yo por el contrario, por esas cosas del destino tenía un viaje programado al sur, hasta llegar a Bariloche, en Argentina. Ambos nos íbamos a separar momentáneamente, pero con la certeza de que en dos meses nos volveríamos a juntar en Córdoba, allí yo empezaría a estudiar la maestría y así viviríamos juntos. El día llegó y con un dolor muy grande me despedí, sin quererlo, para siempre de él. Nunca más lo volví a ver.
Le escribí muchas cartas que no tuvieron respuesta, me empecé a preocupar del porque de ese silencio tan así de pronto, cuando por el contrario debíamos estar más unidos que nunca porque después de ese viaje nos convertiríamos en una pareja establecida. Había mucho que planear. Pero, él no escribía ni una sola letra.
Entonces mi corazón me empezó a anunciar que algo muy grave habría pasado, cuando al fin una postal llegó a mi casa, no cabía de la felicidad tan grande que me causó aquel pedazo de cartón impreso (ahora lo veo así), aún lo conservo como prueba de que Ariel alguna vez existió en mi vida. En aquella postal me mencionaba donde estaba y sus planes más cercanos, ni una palabra de amor. Pero aún así yo lo amé mucho aquel día, y con aquella postal donde la figura mostraba un paisaje marítimo: Torremolinos (como olvidarte) pegada al pecho me dormí feliz de saber que él estaba sano y que me había escrito una postal. Ahora que lo estoy reviviendo, trayendo a mi memoria aquello que guardé por mucho tiempo para no sufrir, me pregunto ¡cómo pude enamorarme así!, y no tengo otra respuesta que, uno no se enamora de quien debiera, simplemente... se enamora.
Y los días siguieron pasando, a casi un mes de su viaje, y cuando pensé que él ya habría llegado a Córdoba, le escribí nuevamente, fue mi última carta de amor. La siguiente, fue reprochándole el silencio, la mentira en la que me estaba teniendo, el no amarme como me lo había hecho creer. Le dije que aunque por cruel que fuera, debiera decirme la verdad, que yo lo entendería, más no entendía el porque de ese espacio en blanco entre los dos. Que no quería seguir soñando, y que por el contrario, lo estaba empezando a odiar.
Para mi sorpresa esa carta sí tuvo respuesta inmediata, y lo que mi corazón me lo había estado anunciando, solo se confirmó, sufrí mucho la mentira, la hipocresía y la falta de amor para alguien que le había dado todo lo más hermoso que tenía, sin embargo, allí estaba él contándome la historia más hermosa y más romántica que jamás nadie pudo contarme.
“Apenas había terminado de depositar la postal que te envié, tuve muchas ganas de pensar en mi vida y me fui a aquella playa en Torremolinos que se ve en la fotografía de la postal, me senté en la arena y mirando como el mar jugaba, me puse a llorar pensando en todo lo que me había pasado, cómo estaba allí tan solo en España, tan lejos de mi familia, de mi pasado y de ti, y sentía que te amaba. Entonces fue cuando escuché una voz llamándome por mi nombre y que reconocí inmediatamente, al dar la vuelta me encontré con la imagen del hombre al que le entregué diez años de mi vida, traía una rosa blanca en la mano, corrió hacia mí, y yo salí a su encuentro, nos dimos el beso más hermoso que jamás pudimos habernos dado, era el escenario perfecto, el Sol estaba cayendo...” .
Con lágrimas en los ojos, me di cuenta que lo había perdido, que mi amor por él si había sido verdadero, pero que el suyo fue un engaño a su propio corazón, no pude reprocharle nada, me puse en su lugar, me situé sentado en la arena, en España, tan lejos de mi vida, triste y solo, y la voz de Héctor llamándome con amor, también habría hecho lo mismo, entendí ese argumento, lo perdoné, pero el silencio tan prolongado nunca lo entendí, nunca lo perdoné y creo que jamás lo olvidaré. E P I L O G O Fueron muchos meses los que pasaron desde aquella carta hasta la que recibí después, me trataba como a un amigo, y yo sin quererlo lo había apartado de mi vida. Para mi felicidad la presencia de alguien muy hermoso hizo que olvide rápido a Ariel, y sobretodo que recobre mi autoestima caída a menos. Como son las cosas, Ariel no duró mucho con el hombre de la rosa blanca, lo último que supe de él fue que se volvió a enamorar y que debe estar muy lejos de España, de Argentina y por supuesto de mi vida.
(Escrito por Oberón)

1 comentario:

Juan Diego dijo...

Para encontrar el verdadero amor pasamos por algunos puertos donde nuestro barquito puede sufrir averías, tormentas o el ataque de algún pirata. Finalmente,nuestro barquito encuentra aguas cálidas, mar seguro y un faro capaz de mostrarnos el camino.

Linda historia!!

Juan Diego