sábado, 27 de junio de 2009

"SOLTERO CUARENTON... "

Seguramente muchos ya saben la frase que complementa el título de este post, y aunque a pesar de serlo no me siento soltero este mes si cumplí cuarenta años. Para muchos ya estoy viejo para algunas cosas; para otros me encuentro en la mitad de mi vida, para mí, pese a todos los malos momentos que he pasado en estos últimos meses, estoy en mi mejor etapa.

Llegar a los cuarenta años soltero definitivamente será motivo de habladurías por parte de muchos de mis amigos (obviamente que no son gay y que no tienen ni idea de que yo lo sea) y también para muchos familiares, sobretodo para las típicas tías que cada vez que pueden me preguntan que para ¡¿cuándo me caso?!. Sin embargo, a estas alturas de mi vida, en la que ya puedo considerarme cronológicamente maduro, ya no importa nada de ello. Por el contrario, llegar a los cuarenta sabiéndome amado, es lo que realmente me hace feliz.

Y es que es justamente eso, ese miedo a la soledad lo que atormenta a la gran mayoría de nosotros que llega a esta edad sin pareja, más aún cuando al pasar los años lo único que se encuentra en el camino son personas que sólo buscan un benefactor, sin importar los sentimientos, felizmente en mi caso hallé en Umbriel a la pareja ideal, donde lo que prima es el amor y el respeto mutuo. Sin embargo, a pesar de que él y yo vivimos juntos, aún queda mucho por hacer para que lo nuestro siga creciendo y fortaleciéndose cada día más, para empezar ya hemos decidido mudarnos a un espacio propio en un mediano plazo.

Los años no han pasado en vano, ya no tengo la vitalidad de hace diez años y de hecho extrañaré mis treintas con mucha nostalgia porque fue una década de muchos cambios en mi vida, de aprender a aceptarme como soy, de viajar dentro y fuera de mi país a mis anchas y por ende conocer muchos otros modos de vida, de haber crecido profesionalmente y también el hecho de haber disfrutado mi sexualidad a plenitud. Se que salvo lo de la aceptación, todo lo demás es repetible por ello me siento más que ilusionado, porque mis metas para estos próximos diez años son aún mayores, esta vez pensando también en Umbriel y en sus propias metas.

Llegar a los cuarenta es también llegar a la edad en la que dejo de ser un tipo de hombre para convertirme en otro, uno más pensante, en la que no debo tener muchas vacilaciones y por lo tanto, en la que se debo tomar mayor conciencia de los pasos que se quiero dar, porque serán en definitiva los cimientos del futuro.

No digo que me hubiera gustado llegar a este cumpleaños y celebrarlo a lo grande como alguna vez lo imaginé, no se pudo por el luto familiar; sin embargo lo hice rodeado de mis seres queridos, amado por ellos, ahora con mis padres aceptándome como soy y sobretodo aceptando a mi pareja, viéndolo también como a otro hijo y él, amándome hasta el punto de estar a mi lado y no con su familia. Escogí esta vida, el no tener una hija como hace veinte años pensé, ahora ¡ni lo imagino, no nací para ser papá!, pero en compensación tengo un hijo de cuatro patas que adoro y seis ahijados que espero me quieran tanto como yo a ellos y de los que contaré en un futuro post.

Tengo los amigos que la vida me regaló al paso del tiempo, dos de ellos mi compañeros desde la primaria y a los que admiro por habernos mantenido juntos por más de treinta años, a los de la universidad (en especial mi gran amiga Mili), a los pocos nuevos que conocí de la vida (del internet, también) y a los que adopté producto de mi relación con Umbriel, todos ellos diferentes entre si, pero a quienes quiero por igual. Esa amistad es el mejor regalo que ellos me pueden dar.

Si, ya soy un "soltero cuarentón…", y para los que no sabían la segunda parte de la frase y a propósito del “famoso día del orgullo gay” puedo decir a mucha honra que también soy un “…seguro maricón”.

(Escrito por Oberón)

miércoles, 10 de junio de 2009

CONFESION SIN PALABRAS

Anoche me di con la sorpresa de que mi padre ya lo sabe…

Como conté en los primeros post que escribí que mi mamá y mi hermana sabían que era gay; a mi padre nunca lo enfrenté, y la verdad, porque le temía.

La relación con él siempre fue tirante, peleábamos casi siempre porque no coincidíamos en pensamientos y actitudes; pero nunca nos dijimos algo que pudiera herirnos. Sin embargo, hace unos días, tras la muerte de mi tío, ocurrió lo que nunca pensé que ocurriría, de algo que dije en el momento menos apropiado y que fue como la chispa que prende una llamarada de fuego, mi padre me miró como jamás antes me había mirado y me dijo todo lo que su rabia acumulada tenía dentro, lo peor de todo es que no estábamos en casa, sino en mi trabajo, felizmente no había nadie más que mi madre con nosotros. Grité alguna que otra palabra ante tantos gritos; pero los suyos fueron más y más terribles sus palabras, la verdad, no pude emitir una palabra más, me enmudecí por completo, estaba paralizado, espantado ante todo lo que escuchaba, nunca me había gritado así, con tanta ira, con tanto odio. Mi mamá que estaba cerca, no sabía como callarlo, pero logró sacarlo de mi trabajo. Y yo me quedé temblando de miedo, de vergüenza, de rabia y de tristeza.

Dos días antes, cuando llegó mi padre y se encontró con que su cuñado yacía muerto, entró en tal crisis que se puso a gritarle que “lo perdonara”, y es que mi tío y mi padre no fueron muy amigos. Como conté, cuando mi tío Lucho estuvo en sus buenas épocas se le subieron tanto los humos que menospreció a todo el que pudo, entre ellos a mi padre, eso él nunca lo pudo olvidar, y cuando el mundo dio vueltas y el tío cayó en desgracia y para mala suerte para él (o buena, como para limpiar su alma) se vio pobre, mi padre lo tuvo que auxiliar muchas veces, prestarle dinero y regalarle su ropa. Quizá eso hizo que mi padre se sintiera vencedor ante él, y aunque no lo trataba mal nunca, tampoco lo trataba con mucho afecto que digamos. Así que la escena de ver a mi padre tan acongojado, triste, llorando ante mi tío muerto me apretó más el corazón, le dije que se calmara, que Don Lucho había muerto en paz, que de seguro no tenía nada que perdonarle a él, y por último, que si es que lo había llamado para que vaya donde yo estaba era para ayudarme a pensar, a resolver el problema, y que no lo quería enfermo, sino fuerte. Mi padre se calmó. Hasta ese momento, verdaderamente, yo era una piedra.

Luego llegaron los bomberos, mi tía y más tarde mis primos, solo atinaba a consolar, daba fuerzas a todos, me mantenía fuerte aún, sin embargo aún quedaba alguien con quien yo sabía no podría seguir así, mi mamá. Pero antes que ella, llegó Umbriel y ni bien lo vi, todas las lágrimas que tenía retenidas salieron a flote y toda la serenidad que tenía acumulada en el cuerpo se desvaneció, y abrazado a él lloré y gemí todo lo que en esa hora no lo había hecho, y desfogué mi pena por no haber podido hacer más por mi tío y peor aún por mi miedo al momento de decírselo a mi madre, temía por su vida, también.

Eso, el que desfogara así con Umbriel, hizo que mi padre reaccionara así conmigo después, le dio rabia que a él callase su llanto y le pidiera que sea fuerte, que no llorara con mi tía ni con mis primos, sino que lo hiciera con Umbriel, “mi amigo”. Y por ello, dos días después estalló de esa manera. Eso me lo contó después mi mamá.

Eso me dio la explicación a su conducta, al día siguiente nos perdonamos y nos dimos un fuerte abrazo. Pero yo, aún no olvidaba lo que había escuchado de él. Aún me dolía en el alma.

Los días pasaron, incluso tuve un accidente el cual me dejó sin poder caminar durante diez días, y quien me reemplazó en el trabajo fue mi padre. Durante esos días, notaba que mi papá me trataba mejor, incluso me llevaba a la cama el desayuno preparado antes de irse al trabajo. Y por las noches cuando regresaba, siempre se acercaba a conversar un rato conmigo. Lo notaba distinto.

Mi mamá me acompañaba por las tardes, tomábamos juntos el lonche, conversamos sobre lo acontecido, la muerte de mi tío estando yo solo y después mi caída. Desfogué con ella mis penas, de alguna manera me liberé de esa congoja que aún tenía por no haber hecho más por su hermano, y también, recién le di a ella las explicaciones de porque había llorado con Umbriel y no con los demás. Entendió perfectamente y me agradeció el que aún a pesar de la desgracia había estado allí al frente, fuerte y tranquilo, que eso la había llenado de fuerzas a ella. De pronto, mirándome fijamente me dijo: “tu papá ya lo sabe, y es que fue la única manera que tuve para explicarle muchas cosas, al comienzo se sorprendió, incluso me llegó a decir: “será por culpa de tu familia, en la mía no hay eso”; a lo que yo refuté; sí, le dije, yo tengo un pariente así; pero tú también” “¿quién?” respondió, “el hijo de tu hermano, por eso es que él se fue de la casa, por eso se fue al extranjero, por eso, ni vino al entierro de su padre”. Mi mamá me contó que mi padre no dijo más, pero que escuchó un gran suspiro. Y que desde esa noche duerme tranquilo y bien.

Aún estoy asimilando la noticia, no creo que hable del asunto con mi padre, pero sé que yo puedo dormir tranquilo, también.

(Escrito por Oberón)

miércoles, 3 de junio de 2009

ESTEREOTIPOS

Manejando camino a casa, en uno de los tantos rojos del semáforo, me puse a observar a mi alrededor (cosa que los conductores no hacemos mucho). En el patio de una casa estaba un niño, no tendría más de diez años, tenía una pelota de vóley y estaba practicando sacadas, voleadas y mates y ¡lo hacía muy bien!; entonces pensé “uno más del gremio” y me reí.

Pero ¿por qué pensé eso?, he allí lo malo de estereotipar a los seres humanos, y eso lo aprendemos desde que tenemos actividad cerebral. Desde pequeños nos meten muchas ideas: “los hombrecitos juegan futbol; las mujeres vóley”, “celeste para el hombre; rosado para la mujer”; “los hombres no entran a la cocina”; “los hombres no lloran” y muchas cosas más!. Y sin embargo, ahora podemos ver que existen hasta campeonatos de futbol femenino, que la moda masculina a impuesto las camisas y polos rosados (y en todas sus gamas); que en mi país se han abierto una cantidad de centros de enseñanza culinaria y la gran mayoría de alumnos son hombres y por último ¡los hombres SI lloramos!.

El semáforo cambió a verde, y dejé a ese niño seguir practicando seguramente su deporte favorito y no necesariamente él sería uno más de nosotros, me hubiera gustado regresar a su edad y jugar con él, yo era bueno, jugué vóley durante toda mi etapa universitaria, sin embargo, terminada mi carrera, nunca más volví a practicarlo ¡qué mal!, no creo que sea tarde para volver a empezar, sólo es cuestión de animarme, busque un equipo y me ponga mi mejor camiseta… ¡rosada!

(Escrito por Oberón)