miércoles, 11 de noviembre de 2009

UNA TRADICION FAMILIAR

Por tradición familiar yo debería ser un acérrimo admirador de las corridas de toros. Fueron mis cuatro abuelos los que inculcaron cada quienes por su lado ese gusto a mis padres, y ellos a mi hermana y a mí. Recuerdo haber asistido de pequeño al gran coso de Acho para observar desde lo alto lo “maravilloso que es el arte del toreo”; en el fondo creo que iba porque era un buen pretexto para admirar a esos guapos toreros enfajados en sus vistosos trajes de luces.

Porque de hecho, nunca admiré la matanza de un animal tan sólo defendido por sus cuernos frente a los puyazos recibidos ya sean con lanzas o con las muy coloridas banderillas ¿Cómo entender el desborde de emoción de miles de personas cuando un hombre haciendo toda una serie de piruetas se lanzaba a clavar aguijones sobre el lomo del pobre toro?

Lo peor del caso es que mi familia si lo hace, es feliz cuando llega el mes de octubre y se anuncia la llegada de los “matadores” (felizmente se les llama así, aunque mejor sería “asesinos”), se ponen de acuerdo para ir a las mejores corridas según las carteleras y disfrutan el hecho de asistir a ese evento. Realmente a mi padre no lo juzgo por lo medio troglodita que aún es; pero a mi madre que a sabiendas que es alguien sumamente sensible y educada, no lo entiendo; sin embargo he llegado a la conclusión de que lo hace porque a sus padres les fascinaba las ferias taurinas (y vaya admiración que aun les tiene a sus papás ya fallecidos). Y de hecho, mi hermana es simplemente la continuación directa y sin escalas de esta tradición de la familia que felizmente, y para variar, en esto también “saqué los pies del plato”.

Recuerdo casi como si fuera ayer la última vez que fui a una corrida de toros en Acho, fue hace como quince años, fui porque me regalaron la entrada y porque como dije, al menos esa tarde toreaban tres guapos toreros. Me sentí feliz cuando recién en la primera corrida de las seis que son por tarde, el toro le metió tremenda cornada al torero haciendo que este se elevara unos metros sobre la arena para después caer cual saco de papas, pero lo mejor fue que esa defensa del animal rompió la taleguilla (los calzones) por el lado de una nalga dejándola al descubierto el resto de la faena ¡ay que rica vista!.Sin embargo, y a pesar de mirar los bultos de los toreros a través de los binoculares, tampoco podía dejar de sufrir por la sangre que infamemente se estaba derramando ante los ojos de todos nosotros. Cual sería la expresión de mi cara que en un momento de esos mi hermana me preguntó: “¿Qué te pasa?” y yo le respondí: “me estoy acordando de mi perro”; luego supe que le malogré el resto de la corrida porque le hice sentir pena por los pobres toros.

El “arte de la barbarie” alguna vez escuché eso de las corridas de toros; pero el torear no es ni arte ni mucho menos cultura; es tan sólo un espectáculo de valentía a medias, porque el toro siempre está en desventaja frente al hombre, otra cosa sería ver al torero de igual a igual sin picadores ni banderillas; si eso fuera así, tal vez entonces podría volverme a animar a pisar un coso, sería admirable ver indultado al toro y que por cornear al torero le dieran como premio ¿una oreja?¿muy sanguinario? ¡Soñar no cuesta nada!

En fin, este año se retrasó la “Feria del Señor de los Milagros” y de ella el único comentario que tanto Umbriel como yo hacemos es ¡qué buenos que están los toreros!

(Escrito por Oberón)

miércoles, 4 de noviembre de 2009

EL DELFIN

“Llega un momento en la vida, en que uno no puede sino seguir su propio camino”

A propósito del estreno de la película animada hecha en el Perú basada en el libro “El Delfín” del también peruano Sergio Bambarén, releí el libro después de diez años y pude rescatar nuevamente algunas enseñanzas muy útiles para la vida.

La mayoría de nosotros tratamos de alcanzar un ideal muy propio de cada uno, esto implica lidiar con personas o situaciones riesgosas que en muchos casos nos hacen sufrir; pero este sufrimiento es válido si al final llegamos a lo anhelado, eso dependerá netamente de la fuerza de espíritu que le imprimamos a nuestro cometido.

El temor a lo desconocido no es más que el reflejo de nuestras propias debilidades y en nuestras manos está el transgredir los límites para alcanzar la propia felicidad. El riesgo puede ser muy grande, pero la recompensa puede ser aún mayor, lo importante al final… es ser feliz.

Por cierto, la película es muy buena en cuanto a animación, todo un logro que me enorgullece como peruano.

(Escrito por Oberón)