Y no sólo me dio gusto apreciar una película con un argumento completamente creíble, sino que los protagonistas se hicieron del papel tanto que yo lloré y sufrí con cada uno de ellos y me sentí en parte identificado, porque lo que les pasa a ellos alguna vez también me pasó, como el toparse con un gay que aún a pesar de amar a otro hombre no se acepta como tal y aún jura que es muy macho por tener mujer o hijos.
Es tan buena la película que no existe ni una escena sobrante, ni tampoco un personaje por demás. La fotografía es bellísima, y a pesar de que ésta enfoca un pueblo de pescadores muy humilde, si dan ganas de visitarlo y contemplar el maravilloso océano desde las ventanas de sus casas. Cabo Blanco es realmente inspirador, muero de ganas por caminar descalzo por esas playas de arena fina y dorada y bañarme en el turquesa de sus aguas.
Mención aparte se merecen los protagonistas, Manolo Cardona, colombiano cuya belleza como hombre no distrae para nada la calidad de su actuación y la de Cristian Mercado, un boliviano que se roba la película, un actor de primera y que tras su imagen ruda de hombre de pueblo irradia ese “no sé qué” que lo hace irresistible. Y de hecho, la peruana Tatiana Astengo en el papel de la esposa engañada completa el trío de manera limpia.
Recomiendo plenamente esta película ganadora de muchos premios en diversos festivales del mundo, esperando sientan la emoción que yo siento y sentiré por haber sido espectador de una de las mejores películas de temática gay que un país latino ha realizado. Por cierto, no se descarta que sea seleccionada para los Oscar del próximo año, ojalá que sí (¡y que lo gane!).
(Escrito por Oberón)