sábado, 23 de mayo de 2009

CUANDO LA MUERTE TOCA LA PUERTA...

Don Lucho era el hermano mayor de mi mamá y vivía al frente de mi trabajo, así que yo lo veía (aunque a veces no quería hacerlo) todos los días. Era su rutina salir de su casa a golpe de diez de la mañana, persignarse y caminar por las cuadras departiendo con todos los que ya se habían convertido en sus amigos: el bodeguero, el tapicero, el dentista, el canillita, etc. Siempre que me veía me hacía la misma pregunta: “¿alguna novedad?”, una respuesta afirmativa mía le bastaba para tranquilizar su siempre estado tenso y retirarse momentáneamente porque no era raro verlo volver por lo menos cuatro o cinco veces más durante el día.

A pesar de que había estado casado tres veces y tenido cuatro hijos, no vivía con ninguno de ellos, por el contrario vivía completamente solo; acompañado únicamente por nosotros, mi familia y la de mi tía (hermana de mi mamá) que también vivía muy cerca.

En sus tiempos mozos fue lo que se podría llamar el perfecto bohemio, tocaba maravillosamente el piano, por ende era el alma de las fiestas de antaño, tenía unos muy hermosos ojos verdes que iluminaban su magnética sonrisa, por eso no era de extrañar que siempre andaba rodeado de las mas bellas damas de sociedad. A pesar de que por ser así no tuvo estudios universitarios, si trabajó desde que salió del colegio aprendiendo mucho de administración y economía, por lo que llegó a ocupar altos puestos en el estado, fue Director del Tesoro Público, cargo que en su momento se le subió a la cabeza tanto que por años no supimos nada de él. Lo veíamos sólo cuando íbamos a visitar a mi abuelo, ya que Don Lucho vivía con él en un departamento en pleno centro de la ciudad y que al morir mis abuelos le quedó como herencia.

El caso es que la vida dio tantas vueltas que un buen día, después de haber vendido esa propiedad y marcharse al norte a vivir con la tercera de sus esposas y el último de sus hijos, se apareció en la puerta de mi casa con una maleta en la mano. Desde ese instante no se movió más de Lima, llegándose a instalar como dije, frente a mi trabajo, alquilando una habitación en la casa de una familia desconocida, pero muy buena y trabajadora (esto siempre me lo mencionó él).

Era un fumador empedernido, hipocondriaco a más no poder, manipulador, drogodependiente (sin tranquilizantes no dormía), desordenado, impersecuto y para remate, gastador. Nunca le alcanzaba el dinero, vivía de préstamos y deudas, y casi siempre era el no tener dinero el motivo de todos sus males. Sin embargo, era un buen hombre, inteligente y honesto.

Una mañana me saludó como todos los días, hablamos un rato y se despidió como siempre, a sabiendas de que en unas pocas horas volvería a seguir conversando. Pero esa segunda vez que me buscó lo hizo llevándose la mano al pecho, quejándose de un fuerte dolor, mi primera reacción, sabiendo como era él, fue decirle que seguramente eran gases; pero cuando se quejó de un vahído ya me preocupé. Hice que se sentara, le medí la presión y ésta estaba alta, le dije que se calmara, que era mejor llevarlo a la clínica. Lo dejé unos segundos mientras marqué el teléfono de mi tía (su hermana). Lo perdí de vista mientras, cuando lo volví a ver seguía sentado pero se le veía acurrucado en si mismo, en el fondo sabía lo que estaba pasando pero corrí e hice todo lo que sabía para evitar que esos setenta y seis años se truncaran allí, lo llamé varías veces, pero creo que Dios gritó su nombre más fuerte que yo, en ese momento no quería despedirme a pesar de saber que se estaba yendo, mi corazón no se resignaba a eso, tampoco me dio tiempo para decirle cuánto lo quería ni tampoco que lo extrañaría, simplemente exhaló y vi por última vez sus ojos verdes, los cerré del todo y me quedé allí solo con él hasta que los demás llegaron.

Es triste y frustrante no poder ganarle a la muerte; pero a la vez reconfortante saber que Don Lucho ahora gozará por siempre de la compañía de todos sus seres queridos que partieron antes que él, de todos los ángeles y sobretodo de Dios.

Esta es mi despedida tío Lucho, te quiero mucho!

(Escrito por Oberón)

domingo, 10 de mayo de 2009

LOS TUYOS, LOS MIOS... LOS NUESTROS!

Tal vez el titulo suene a serial de televisión, pero en realidad me estoy refiriendo a quienes tanto Umbriel como yo les debemos la vida, nuestros padres.

Hace casi tres años mis padres viajaron a la ciudad donde viven los de Umbriel, y allí se conocieron, se trataron y simpatizaron. Fue la primera oportunidad de comprobar que hasta lo inimaginable puede pasar.

Este año a raíz de la repentina enfermedad de la mamá de Umbriel en Ayacucho, nuevamente mis padres y los de él se reencontraron, esta vez en Lima, donde vivimos. Los hospedamos en casa casi tres días, justo el último día se produjo lo que quizá es el sueño para muchos, estar sentados los seis en la misma mesa departiendo y compartiendo un poquito de felicidad. Si, esa que es tan difícil de alcanzar, más esa noche se respiraba eso.

Queda en nuestra memoria ese instante, las fotos que nos tomamos los seis en la sala acreditan que no fue un sueño sino por el contrario la más hermosa de las realidades.

(Escrito por Oberón)