miércoles, 3 de junio de 2009

ESTEREOTIPOS

Manejando camino a casa, en uno de los tantos rojos del semáforo, me puse a observar a mi alrededor (cosa que los conductores no hacemos mucho). En el patio de una casa estaba un niño, no tendría más de diez años, tenía una pelota de vóley y estaba practicando sacadas, voleadas y mates y ¡lo hacía muy bien!; entonces pensé “uno más del gremio” y me reí.

Pero ¿por qué pensé eso?, he allí lo malo de estereotipar a los seres humanos, y eso lo aprendemos desde que tenemos actividad cerebral. Desde pequeños nos meten muchas ideas: “los hombrecitos juegan futbol; las mujeres vóley”, “celeste para el hombre; rosado para la mujer”; “los hombres no entran a la cocina”; “los hombres no lloran” y muchas cosas más!. Y sin embargo, ahora podemos ver que existen hasta campeonatos de futbol femenino, que la moda masculina a impuesto las camisas y polos rosados (y en todas sus gamas); que en mi país se han abierto una cantidad de centros de enseñanza culinaria y la gran mayoría de alumnos son hombres y por último ¡los hombres SI lloramos!.

El semáforo cambió a verde, y dejé a ese niño seguir practicando seguramente su deporte favorito y no necesariamente él sería uno más de nosotros, me hubiera gustado regresar a su edad y jugar con él, yo era bueno, jugué vóley durante toda mi etapa universitaria, sin embargo, terminada mi carrera, nunca más volví a practicarlo ¡qué mal!, no creo que sea tarde para volver a empezar, sólo es cuestión de animarme, busque un equipo y me ponga mi mejor camiseta… ¡rosada!

(Escrito por Oberón)

sábado, 23 de mayo de 2009

CUANDO LA MUERTE TOCA LA PUERTA...

Don Lucho era el hermano mayor de mi mamá y vivía al frente de mi trabajo, así que yo lo veía (aunque a veces no quería hacerlo) todos los días. Era su rutina salir de su casa a golpe de diez de la mañana, persignarse y caminar por las cuadras departiendo con todos los que ya se habían convertido en sus amigos: el bodeguero, el tapicero, el dentista, el canillita, etc. Siempre que me veía me hacía la misma pregunta: “¿alguna novedad?”, una respuesta afirmativa mía le bastaba para tranquilizar su siempre estado tenso y retirarse momentáneamente porque no era raro verlo volver por lo menos cuatro o cinco veces más durante el día.

A pesar de que había estado casado tres veces y tenido cuatro hijos, no vivía con ninguno de ellos, por el contrario vivía completamente solo; acompañado únicamente por nosotros, mi familia y la de mi tía (hermana de mi mamá) que también vivía muy cerca.

En sus tiempos mozos fue lo que se podría llamar el perfecto bohemio, tocaba maravillosamente el piano, por ende era el alma de las fiestas de antaño, tenía unos muy hermosos ojos verdes que iluminaban su magnética sonrisa, por eso no era de extrañar que siempre andaba rodeado de las mas bellas damas de sociedad. A pesar de que por ser así no tuvo estudios universitarios, si trabajó desde que salió del colegio aprendiendo mucho de administración y economía, por lo que llegó a ocupar altos puestos en el estado, fue Director del Tesoro Público, cargo que en su momento se le subió a la cabeza tanto que por años no supimos nada de él. Lo veíamos sólo cuando íbamos a visitar a mi abuelo, ya que Don Lucho vivía con él en un departamento en pleno centro de la ciudad y que al morir mis abuelos le quedó como herencia.

El caso es que la vida dio tantas vueltas que un buen día, después de haber vendido esa propiedad y marcharse al norte a vivir con la tercera de sus esposas y el último de sus hijos, se apareció en la puerta de mi casa con una maleta en la mano. Desde ese instante no se movió más de Lima, llegándose a instalar como dije, frente a mi trabajo, alquilando una habitación en la casa de una familia desconocida, pero muy buena y trabajadora (esto siempre me lo mencionó él).

Era un fumador empedernido, hipocondriaco a más no poder, manipulador, drogodependiente (sin tranquilizantes no dormía), desordenado, impersecuto y para remate, gastador. Nunca le alcanzaba el dinero, vivía de préstamos y deudas, y casi siempre era el no tener dinero el motivo de todos sus males. Sin embargo, era un buen hombre, inteligente y honesto.

Una mañana me saludó como todos los días, hablamos un rato y se despidió como siempre, a sabiendas de que en unas pocas horas volvería a seguir conversando. Pero esa segunda vez que me buscó lo hizo llevándose la mano al pecho, quejándose de un fuerte dolor, mi primera reacción, sabiendo como era él, fue decirle que seguramente eran gases; pero cuando se quejó de un vahído ya me preocupé. Hice que se sentara, le medí la presión y ésta estaba alta, le dije que se calmara, que era mejor llevarlo a la clínica. Lo dejé unos segundos mientras marqué el teléfono de mi tía (su hermana). Lo perdí de vista mientras, cuando lo volví a ver seguía sentado pero se le veía acurrucado en si mismo, en el fondo sabía lo que estaba pasando pero corrí e hice todo lo que sabía para evitar que esos setenta y seis años se truncaran allí, lo llamé varías veces, pero creo que Dios gritó su nombre más fuerte que yo, en ese momento no quería despedirme a pesar de saber que se estaba yendo, mi corazón no se resignaba a eso, tampoco me dio tiempo para decirle cuánto lo quería ni tampoco que lo extrañaría, simplemente exhaló y vi por última vez sus ojos verdes, los cerré del todo y me quedé allí solo con él hasta que los demás llegaron.

Es triste y frustrante no poder ganarle a la muerte; pero a la vez reconfortante saber que Don Lucho ahora gozará por siempre de la compañía de todos sus seres queridos que partieron antes que él, de todos los ángeles y sobretodo de Dios.

Esta es mi despedida tío Lucho, te quiero mucho!

(Escrito por Oberón)

domingo, 10 de mayo de 2009

LOS TUYOS, LOS MIOS... LOS NUESTROS!

Tal vez el titulo suene a serial de televisión, pero en realidad me estoy refiriendo a quienes tanto Umbriel como yo les debemos la vida, nuestros padres.

Hace casi tres años mis padres viajaron a la ciudad donde viven los de Umbriel, y allí se conocieron, se trataron y simpatizaron. Fue la primera oportunidad de comprobar que hasta lo inimaginable puede pasar.

Este año a raíz de la repentina enfermedad de la mamá de Umbriel en Ayacucho, nuevamente mis padres y los de él se reencontraron, esta vez en Lima, donde vivimos. Los hospedamos en casa casi tres días, justo el último día se produjo lo que quizá es el sueño para muchos, estar sentados los seis en la misma mesa departiendo y compartiendo un poquito de felicidad. Si, esa que es tan difícil de alcanzar, más esa noche se respiraba eso.

Queda en nuestra memoria ese instante, las fotos que nos tomamos los seis en la sala acreditan que no fue un sueño sino por el contrario la más hermosa de las realidades.

(Escrito por Oberón)

viernes, 24 de abril de 2009

UNA PROMESA CUMPLIDA

Mirando la ciudad de Ayacucho a través de la ventana del bus que me regresaba a Lima en abril del 2001, me prometí que la siguiente vez que pisara la tierra que me vio nacer lo debía hacer en compañía de mi pareja, más textualmente “del amor de mi vida”.

Los años pasaban y tuve hasta dos oportunidades de regresar a Ayacucho; pero como es el destino; por uno u otro motivo, nunca lo hacía. En el fondo me sentía aliviado, no iba a cumplir mi promesa.

Hasta que en Marzo del 2008, en Semana Santa, la mejor época para visitar mi tierra añorada, por fin regresé, y lo más maravilloso, no iba solo, a mi lado estaban quizás las personas más importantes de mi vida, Umbriel (verdaderamente, el amor de mi vida) y mis padres. Los cuatro partimos de Lima a las 10 am, el viaje por tierra de día es algo pesado por la incomodidad de estar la mayor parte del tiempo sentados; pero si se elige un buen transporte terrestre puede hacerse divertido, en nuestro caso hubo muy buen servicio y cuatro películas, que para nuestra suerte, no habíamos visto.

Los paisajes que uno llega a divisar a través del camino va cambiando a medida que nos adentramos a la sierra, de la aridez costeña de la carretera Panamericana pasamos a otra llena de vistas de sembríos y montañas. A lo largo de la ruta se van observando alpacas y ovejas pastando.

Bordeando las ocho de la noche las luces de la ciudad anunciaba que ya estábamos llegando, la vista desde lo alto es impresionante (incluso de día es uno de los miradores más visitados). Media hora más tarde finalmente, nos encontrábamos en la ciudad. No pude evitar derramar algunas lágrimas de emoción, la promesa había sido cumplida.

Las procesiones que salen por motivo de Semana Santa son hermosas, sobretodo tres, la del “El Encuentro” del miércoles santo; del “Santo Sepulcro” del viernes santo y la del “Señor de la Resurrección” del domingo de Pascua. Nosotros estuvimos en las tres. Son diferentes sentimientos los que imprimen éstas en nuestros corazones.

Visitar Wari y la Pampa de la Quinua, dos lugares emblemáticos de Ayacucho son imperdibles, el primero como cuna de la civilización peruana y el segundo como baluarte de la independencia de los españoles. Incluso pasear por el pueblo de Quinua y observar a los pobladores trabajando el barro para realizar verdaderas obras maestras de cerámica es de incalculable valor. Y todo esto con Umbriel, fue mucho más lindo y placentero.

Aunque viví sólo los tres primeros años de mi vida allí, caminar por las calles de Ayacucho sintiendo que a mi lado estaba Umbriel compartiendo cada instante era emocionante, él conoció la que fue mi casa, las casas de mis abuelos, mi jardín de la infancia, la alameda donde me llevaban mis padres a jugar y muchos lugares más. Recorrimos las distintas iglesias que existen en la ciudad (más de treinta); pero sobretodo una, “La Compañía” donde mi abuela materna me llevaba siempre y donde dejé abandonado mi muñeco “Topo Gigio” todo un año, guardado entre las cosas de Semana Santa, justamente.

Definitivamente volver a mi Ayacucho fue doblemente emocionante, volví a cargarme de la historia de mi familia y de la mía propia pero por sobretodo pude compartirla con quien deseo volver muchas veces más y así cumplir siempre la promesa.

PD 1 (largo pero válido):

Para este año Umbriel y yo decidimos ir por Semana Santa a Huaraz, el viaje puede ser motivo de una larga crónica por lo lindo que fue; pero esta vez estando en el último día del viaje, Umbriel recibió una llamada desde Ayacucho justamente, donde este año sus papás estaban de turismo. La mamá se enfermó y tuvo que ser hospitalizada. La angustia nos llevó a ni bien bajar del bus de Huaraz, subirnos al que nos llevó nuevamente a Ayacucho.

Debo empezar contando que gracias a Dios y a los cuidados de los médicos, enfermeras y por supuesto de Umbriel, su mamá se recuperó y hoy ya está feliz en su casa.

Lo que realmente quería contar es que el viaje, lejos de lo angustiante que pudo haber sido, para mí tuvo un significado especial, primero, que al viajar nuevamente de día, pude disfrutar más detenidamente de los paisajes de la ruta, no se si es por la época del año, pero que precioso que es todo ese camino, el subir de la costa para adentrarse a la sierra conlleva a admirar cuan bello es nuestro Perú. Definitivamente lo más resaltante es poder apreciar tanto la flora como la fauna en lo silvestre, esta vez vi más a las alpacas y llamas corriendo a sus anchas disfrutando del ichu y de la libertad. Luego, al pasar por los pueblos que de pronto florecen por entre las montañas se vive un poco su mundo perdido, pero a la vez se admira justamente eso. Las tejas de sus casas de adobe contrastando con a veces, la majestuosidad de sus iglesias, como es el caso de Huaitará, en Huancavelica.

Pero también, renové ese sentimiento tan escondido al ver nuevamente Ayacucho ante mí cuando por fin luego de nueve horas llegábamos, que emoción tan grande!. Nuevamente con Umbriel al lado, circunstancias distintas, pero recordando que nuevamente cumplía la promesa, pero no sólo de estar allí con él, sino que estaba allí en las “malas” (en las “buenas” casi siempre) con el ser al que me debo y con el que quiero estar toda la vida.

Un poco más de veinticuatro horas duró mi estancia (él se quedó un par de días más) pero fueron los suficientes para sentir que aunque pasen los años, siempre me sentiré orgulloso de haber nacido en un lugar como Ayacucho.

PD 2: Las fotos las tomé yo en el último viaje.

(Escrito por Oberón)